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El trabajo de Antonio Ruz huye de la categorización y habita cómodamente un universo creativo difícil de definir pero fácilmente reconocible.
El espectador es el epicentro de un proceso creativo inquieto, inclusivo, versátil. El juego, el tiempo y la música se convierten en herramientas para conmover, transformar y liberar a la audiencia.
Creador inclasificable y poliédrico, Antonio emprende sus proyectos con total apertura, sin juzgar. Esta libertad de pensamiento en la creación, inherente al juego, le permite fluir siendo inclusivo en sus decisiones creativas, abrazando la diversidad. Una forma de colaboración no dual, que incluye todo, que se alimenta de todo.
El trabajo coreográfico de Antonio es un moderno diálogo creativo, abierto e inclusivo. Un proceso colaborativo que de manera natural incorpora todas aquellas expresiones culturales que le inspiran: la música, la arquitectura, el arte, el cine, la moda.
El juego creativo de Antonio habita el tiempo. Mira al pasado, trasciende la tradición y la historia haciéndolas relevantes hoy y proyectándolas hacia al futuro. En busca constante de la belleza, su danza, humana, orgánica y expresiva, viaja entre la ironía y la poética visual.
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Compañía Nacional de Danza, Teatros Canal, Netflix, Conde Duque, Museo Universidad de Navarra, Fundación Juan March
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Antonio Ruz es un referente consolidado en el panorama de la danza contemporánea. Con un discurso coreográfico que se nutre de referencias artísticas heterogéneas, ha dibujado un perfil estético propio que le identifica en el inmenso océano de la danza actual. Su estilo, en convivencia con otras disciplinas artísticas y con un amplio bagaje internacional, huye de etiquetas y categorizaciones.
Nacido en 1976 en el seno de una familia cordobesa, su oído musical se fragua al albor de las cadencias de la cultura andaluza. La llama del espíritu artístico que emana en los juegos de un niño que escucha músicas, construye belenes y baila sevillanas, se mantiene viva hoy en el adulto que crea jugando. Sus procesos creativos, en los que la curiosidad y la intuición se concretan en investigaciones escénicas que trascienden las fronteras de la danza, se caracterizan por una diversidad de metodologías y formas que crean una poética única.
Sus primeros pasos de danza los da en su Córdoba natal, ciudad en la que vive hasta que en 1992 consigue una beca para formarse en la Escuela de Víctor Ullate de Madrid. Tras un paso exitoso por el Ballet del coreógrafo zaragozano, donde llegó a interpretar personajes como el Albrecht de «Giselle», en el año 2001 aterriza en el Ballet del Gran Teatro de Ginebra movido por la inquietud por conocer otros idiomas y culturas. Al tiempo que trabaja como intérprete en esta Compañía estrena sus primeras obras como coreógrafo; en su debut con «1 Calvario» y «Cebolla/Oignon» ya perfila una estética propia donde el corte académico convive con el imaginario popular de su infancia, haciendo que la iconografía de la Semana Santa, las romerías, y el universo musical cofrade se suban al escenario.
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Su etapa en el extranjero se consolida en el Ballet de la Ópera de Lyon, donde trabaja como bailarín al tiempo que continúa en contacto con coreógrafos europeos de vanguardia que alimentan su imaginario escénico; allí se nutre del dramatismo de Mats Ek (para quien baila «Carmen» junto a Sylvie Guillem), aprende de la ruptura del espacio y el tiempo propios del estilo Forsythe, ve distintas obras de Pina Bausch y entra en contacto con Sasha Waltz, creadoras para quienes la voz y la teatralidad son un eje coreográfico indispensable.
En 2006 regresa a España para formar parte del elenco de bailarines de Nacho Duato en la Compañía Nacional de Danza. Una etapa que supone un punto de inflexión en su carrera en la que, al tiempo que se agrava una antigua lesión, inicia una exploración de movimientos más expresivos que caracterizarán su estilo coreográfico.
En la búsqueda de su propio universo creativo destaca especialmente su relación con la prestigiosa coreógrafa Sasha Waltz, con la que mantiene un vínculo que se prolonga hasta la actualidad. El estilo de Antonio Ruz está impregnado por su mentora, con quien ha trabajado codo con codo en calidad de intérprete, coreógrafo o asistente de coreografía en varias de sus producciones. La influencia de la Sasha Waltz & Guest y sus colaboraciones con el director, coreógrafo, bailarín y músico Juan Kruz Díaz de Garaio Esnaola, se advierten en intereses comunes como la apuesta por trascender los límites de la danza conectándola con la dramaturgia, la voz, el vestuario, la arquitectura o la iluminación, la intensa investigación inmersiva que caracteriza sus procesos creativos, la preponderancia de la teatralidad por encima del virtuosismo técnico y, sobre todo, su relación con la música.
En sus siguientes creaciones vuelca lo aprendido en el extranjero con su propia experiencia como bailarín. En el año 2008 recibe el primer encargo de una Compañía para crear una pieza grupal. Así nace «Ostinato», una obra diseñada para la Compañía LaMov en la que un piano en directo toca la música de John Corigliano.
En el año 2009 Antonio Ruz funda en España su propia Compañía. Con un estilo característico abierto a las influencias internacionales, las preocupaciones de sus obras son eclécticas: filosóficas, humanísticas, psicológicas o simplemente musicales, todas se caracterizan por una poética que inunda sus movimientos.
El uso de la música en vivo se ha convertido en una de sus señas de identidad como creador. Las diferentes relaciones que establece con la música abarcan un amplio espectro acústico que traspasa fronteras de formato y tiempo; desde óperas hasta sonidos barrocos o electrónicos, la artesanía musical se adapta a cada una de sus coreografías que se traducen en una plasticidad de movimientos que convierten a la danza en la música del cuerpo. Esta apuesta por la importancia musical se aprecia en trabajos como «À L’espagnole, fantasía escénica» (2015) creada con el conjunto barroco Accademia del Piacere dirigido por el violagambista Fahmi Alqhai, «Double Bach» (2016) concebida junto al compositor Pablo M. Caminero, o el concierto coreografiado «Signos» (2020) un juego escénico interpretado junto a la violista Isabel Villanueva en el que la arquitectura sonora se funde con la partitura corporal.
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El diálogo multidisciplinar es otra de las constantes del creador. En sus conversaciones bailadas destaca su relación con la arquitectura; en la obra «Recreo.02» (2015) primera creación site specific diseñada para la inauguración del nuevo Colegio Alemán de Madrid, más de ochenta intérpretes entre bailarines, jóvenes cantores y alumnos del centro escolar, interactúan con el espacio y la luz a través del movimiento y el sonido. Fruto de su particular relación con el espacio surge la obra «Transmutación» (2018) que, inspirada en el archivo fotográfico del Museo Universidad de Navarra, es una instalación coreográfica concebida como una escultura en movimiento interpretada en las diferentes salas del Museo.
Mutar, transformarse, narrar o contemplar son solo algunas de las disposiciones temporales que atraviesan la obra de Ruz, en la que la noción de tiempo, en sus vertientes filosóficas, existenciales o simplemente vivenciales, siempre está presente. El tiempo como el enigma que nos mueve es parte de un juego creativo que mira al pasado, trasciende la tradición y la historia haciéndolas relevantes hoy y proyectándolas hacia al futuro.
Sus obras atraviesan formatos muy diversos entre los que también se encuentra el gran ballet argumental; es el caso de «Electra» (2017) una coreografía compuesta a petición del Ballet Nacional de España en la que reviste de modernidad al mito clásico. El trato a la música, el vestuario, la iluminación o la dramaturgia han supuesto, en palabras de la crítica, un hito en la historia de la danza española que le ha valido el Premio Nacional de Danza en 2018.
Entre sus últimos encargos destacan su primera incursión en la lírica a través de la zarzuela con «El Barberillo de Lavapiés» (2019) bajo la dirección teatral de Alfredo Sanzol, o el ballet «La noche de San Juan» (2021) que, co-producido por la Fundación Juan March y el Gran Teatre del Liceu, recupera el ballet inédito creado por Ventura Gassol en 1939.
En el año 2021 Antonio Ruz regresa a la Compañía Nacional de Danza en calidad de coreógrafo. Para esta Compañía pública crea «In Paradisum» una danza polifónica que, partiendo del universo musical de Tomás Luis de Victoria y salpicada de referencias como la pintura de El Greco, atraviesa distintos estilos musicales.
En los últimos años, Antonio Ruz ha desarrollado una relación especial con la cámara: en 2020 estrena online «Soliloquio», pieza grabada en el cortijo cordobés de La Piedra durante la pandemia del Covid-19. En el año 2021 dirige «Aún», su primera película de danza, en la que rememora los diez años de su Compañía con un conjunto de piezas coreográficas expresamente creadas para el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Tan solo un año después se estrenará la película «Las niñas de cristal», dirigida por Jota Linares para Netflix, donde trabaja con un elenco compuesto por una treintena de bailarines encabezado por la actriz María Pedraza.
A lo largo de su consolidada trayectoria, su danza ha viajado por distintos países de Europa, África y América Latina y ha sido galardonada con numerosos premios. Entre ellos destacan el Premio «Ojo Crítico» de Danza en el año 2013 RTVE, en el que el jurado señaló el «mérito de coreografías como 'Ojo'», así como su capacidad para indagar «en diferentes estilos, desde el clásico al flamenco pasando por el contemporáneo, y con muy diversos coreógrafos»; el Premio de la Fundación Juan Bernier en 2018 en la categoría de Arte o el Premio Nacional de Danza 2018 en la categoría de Creación, en el que el jurado valoró especialmente su «lenguaje singular» como resultado de una amplia investigación personal.
Antonio Ruz crea obras escénicas que dejan entrever un estilo personal identificable en el que el juego, el tiempo y la música se convierten en herramientas para conmover, transformar y liberar a la audiencia. En busca constante de la belleza, su danza, humana, orgánica y expresiva, viaja entre lo formal y la ironía creando una poética visual única.